La luz es el más inmaterial de todos los fenómenos de la naturaleza y, probablemente, el más noble de cuantos existen y el que mejor puede ser asimilado a la forma pura .
La gran aportación del gótico a la arquitectura ha sido precisamente el uso trascendente de la luz que ahora es empleada como factor estético de primer orden mediante el uso de las vidrieras.
Toda la estructura gótica resulta perfectamente visible porque deja el esqueleto del edificio completamente al descubierto mostrando los elementos estructurales que le son propios. Pero los constructores de catedrales -deliberadamente o no-, consiguieron ocultar el secreto de su arquitectura mediante una nueva concepción planimétrica y espacial, de manera que fuese difícilmente apreciable en ella qué es lo sustentante y qué es lo sustentado.
En la arquitectura gótica no verás unos límites espaciales firmes y apreciables, el espacio es libre, fluido y sorpresivo. Todo el diseño estructural queda reducido por completo a líneas que hacen desaparecer los volúmenes.
Pero más curioso tal vez sea el hecho de que el secreto del sistema constructivo gótico haya quedado oculto a la vista de todos durante siglos. Un misterio ante nuestras propias narices que no sería desvelado hasta mediados del siglo XIX, momento en que dieron comienzo las primeras restauraciones de catedrales góticas en Francia. Es en este preciso momento -al hacer los estudios para la restauración- cuando los estudiosos de la arquitectura y el arte se dan cuenta verdaderamente de cómo funcionan las estructuras del gótico.
Lo primero que nos llama la atención es la enorme altura que los arquitectos imprimieron a sus edificios; una conquista técnica que sólo fue posible gracias al uso de nuevos elementos constructivos hasta entonces desconocidos y nuevas soluciones arquitectónicas inéditas (anticipadas por el Císter). Estos elementos son el pilar fasciculado o baquetoneado, los arcos apuntados y la bóveda de crucería ojival que, combinados con el ingenio de arbotantes y pináculos van a ser capaces de desviar los empujes del peso de las cubiertas hacia los pilares y contrafuertes exteriores. Esto creaba el sistema de fuerzas neutro capaz de sostener todo el conjunto sin necesidad de gruesos y potentes muros. Esta es la razón que explica el hecho de que fuera posible abrir grandes ventanales: el espacio adecuado para la colocacion de vidrieras.
Hoy en día, contemplar una iglesia gótica desde el exterior es también algo muy distinto a lo que estaban acostumbradas las gentes de la era gótica. Por aquel entonces estas construcciones resultaban algo sorpresivo cuando te aproximabas, como una aparición por sorpresa entre callejuelas medievales, surgiendo entre casas apretadas que no dejaban posibilidad de perspectiva alguna. No había plazas ni espacios abiertos delante de ellas y de sus fachadas. De forma diferente a lo que estamos acostumbrados a ver ahora, el edificio gótico simplemente se te echaba encima cuando te fueses acercando a él, igual que los rascacielos de Nueva York cuando caminas por Manhatann. Así era el gótico.
Una luz metafísica
En la actualidad, cuando contemplamos las catedrales góticas nos dejamos llevar por una visión transcendente de la belleza de su arquitectura y quedamos seducidos por la grandiosidad, por lo majestuoso de su verticalidad que parece desafiar todas las leyes de la física. Pero contrariamente a lo que todos podemos pensar, no son las nuevas soluciones técnicas -ni si quiera el gran verticalismo espacial- la aportación principal del gótico a la arquitectura. Es el uso de la luz como principio activo incorporado al propio edificio lo que define el estilo gótico.
Si nos paramos a pensar bien, tal vez nos demos cuenta que el interior de una catedral gótica podría tener muchísima más luz de la que tiene, algo posible gracias a los enormes ventanales. Pero los arquitectos góticos no buscaban crear interiores ultra luminosos, ellos buscaban otra forma de luz: una luz metafísica. Perseguían atrapar ‘una luz no usada’, como muy bien la llamó don Miguel de Unamuno. Rayos luminosos, haces y cortinas de luz que cruzan los espacios para buscar a toda costa un efecto sorpresivo y transcendente, cuyo objetivo no es otro que el de elevar el espíritu de los fieles a la esfera de lo suprasensorial.
Por tanto, resulta posible afirmar que el gótico es, ante todo, luz. Una luz que es fuente de belleza en sí misma hasta el punto de ser capaz de ocultar la arquitectura. Sólo se advierten formas ascendentes que enlazan con los nervios de las bóvedas en el punto de unión de líneas de fuerza. Los arquitectos góticos sabían que la luz era un factor tan importante y transcendente como la proporción o la medida, por lo que decidieron darle a la luz y sus vidrieras la misma orientación metafísica que le otorgaban los pensadores de su tiempo, lo que explica el interés para tratar de construir unos muros que parezcan transparentes gracias al uso de los vitrales.
La magia de las vidrieras
Este es el impacto que recibe el espectador que penetra en un edificio gótico, envuelto por la arquitectura, la amplitud espacial y la luz. Una luz coloreada por los tonos azulados y violáceos de los cristales de opalina de las vidrieras que parecen mosaicos transparentes y que a la vez se proyectan como en una sala de cine sobre toda la superficie de los muros queriendo transfigurarlo todo y fundiéndose con ellos como si tratasen de disolver la piedra. El resultado es un efecto sobrenatural en el interior que genera una percepción ambiental en constante cambio con la manera en que incide la luz solar, posición del sol y las estaciones del año.
Las vidrieras se convierten así en un elemento mágico que imprime al interior del edificio un ambiente cambiante que es distinto a cada minuto y que hace que todo cambie. Los muros, los pilares, los arcos, las bóvedas se convierten en pantallas de proyección como si también quisieran ser vidriera y convertirse en una luz material y transcendente a la vez, quieren modificar su substancia como el más fiel reflejo y manifestación de la presencia de Dios. Esta concepción transcendente del gótico queda resumida en una frase que el papa Juan Pablo II dejó escrita en el libro de visitas de la catedral de León en la que se podía leer: ‘A esta catedral que es más cristal que piedra, más luz que cristal y más espíritu que luz’.
Al arte gótico que, consagró el trabajo de los maestros vidrieros, le debemos sus técnicas vitralistas que siguen siendo empleadas hoy en día con los mismos fundamentos que en la Edad Media. Una herencia que, tras periodos de inactividad y caída casi en el olvido durante los siglos XVII, XVIII, vuelve a ser recuperada por el romanticismo de mediados del siglo XIX. Y es que, aunque resulte paradójico para nuestra mentalidad tecnológica, el misterio de las catedrales góticas fue un enigma que permaneció oculto ante nuestras propias narices y ningún estudioso del arte supo jamás reconocer su funcionamiento hasta hace algo más de cien años.