Las vidrieras, unidas a la arquitectura desde las iglesias románicas, han evolucionado hasta convertir los muros de los edificios del siglo XXI en una sugerente fusión entre interior y exterior. Nacidas de la creatividad de artistas de todos los tiempos, tienen en el sol el mejor de los pinceles.
La sorpresa está presente en el mundo de las vidrieras desde que se descubrió el vidrio. No se sabe muy bien cómo fue el hallazgo, ni donde exactamente. Si le hacemos caso a lo que nos cuenta Plinio el Viejo en su Historia Natural, fue un hallazgo casual ocurrido a unos mercaderes egipcios cerca de Fenicia, que usaron piedras de natron, al no encontrar otra cosa para calentar su cena campestre, después de la cual, pasaron la noche bajo las estrellas.
El natrón es una especie de sal, conocida en Egipto como «sal divina», que se utilizaba entre otras cosas para embalsamar. A la mañana siguiente descubrieron que las piedras al enfriarse se habían fundido con la arena y se habían formado unas piezas transparentes y duras, que resultaron ser el vidrio.
Fueran o no éstos mercaderes quienes se encontraron con el vidrio de manera tan sorprendente, lo que sí es historia probada es que fueron los fenicios, en el siglo I a.C. quienes descubrieron la técnica del soplado, gracias a la cual aparecieron en las mesas los primeros vasos, y se pasó de utilizar el cristal como bolitas para collares y piezas cerámicas a doblegar ese material duro, transparente y frágil, que mantiene una complicidad con la luz cercana a la magia.
Hoy el vidrio es tan cotidiano en nuestras vidas que casi ni nos damos cuenta de su presencia; vajillas, gafas, pantallas, relojes, y un sinfín de objetos que nos acompañan a diario.
En la arquitectura contemporánea encontramos muchos ejemplos de cómo los muros de los edificios se han convertido en el reflejo del devenir de las ciudades, árboles, personas, coches u otros edificios. Forman parte viva de los mismos, y cambian de color en función de las horas del día o del clima, gracias al reflejo de nuestras protagonistas.
Las primeras vidrieras
Pero hasta llegar aquí, la arquitectura se sirvió de los vitrales; composiciones a base de vidrios de colores ensamblados con varillas de plomo, con intenciones llenas de mensajes y simbología en los edificios religiosos. El paso de la luz por los cristales fue utilizado por la iglesia con un bello símil al compararlo con la inmaculada concepción de la Virgen María, pues concibió a Jesús (Luz Divina) sin romperse ni mancharse.
Si bien es verdad que su uso también ayudó a mejorar la vida, protegiendo a los fieles del frío, el calor y la oscuridad.
Hasta hace poco la historia del vitral en Europa se ha relacionado con el románico, concretamente con las iglesias de la Île de France, pero recientes descubrimientos arqueológicos nos obligan a mirar hacia el año 540.
En la iglesia de San Vitale, en Rávena, han aparecido unos fragmentos de vidrios que presentan el perfil de un Cristo bendiciendo, fechados en esa época. No es extraño que por la temprana relación de esta zona italiana con Oriente, recibieran sus influencias antes que el resto de Europa, pues fueron los árabes quienes introdujeron la técnica del vitral en el viejo continente.
De lo que no hay duda es de que fue a partir del siglo XIII, y en la plenitud del gótico cuando las vidrieras llegaron a un punto culminante. En sus comienzos los diseños se montaban con piezas de colores, y para dar forma a las figuras se utilizaba un esmalte grisáceo, como vemos en estas de la Catedral de Le Mans, del siglo XII.
O este medallón perteneciente a una vidriera de la Basílica de Saint-Denis, fechado en el siglo XII, que narra cómo Moisés es salvado de la aguas.
La llegada del Gótico, el auge de las vidrieras
Las iglesias, desde la transición del Románico al Gótico, se sirvieron de los vitrales para aligerar el peso de sus elevados muros, y para llenar de historias bíblicas y de santos las imponentes naves con sus luces de colores.
Un ejemplo ineludible de la historia del vitral, son los muros de este relicario francés, Le Saint-Chapelle, consagrado en 1248 y situado en la parisina Île de la Cité:
A los sorprendidos ciudadanos medievales les debía parecer pura magia ver reflejadas en las tumbas catedralicias de clérigos y poderosos, las figuras de Cristo, de la Virgen o de los Santos, que por efecto de la luz bajaban desde los vanos a compartir sus rezos, para después volver a las alturas.